Mi Esquina Socrática
Embajador Arreaga: ¿A quién sirve usted?
Fecha de Publicación: 20/06/2018
Tema: PolÃtica
Lo he observado desde lejos durante los ocho meses que ha fungido en Guatemala como Embajador de los Estados Unidos de América. No quiero juzgarle por anticipado con dureza porque creo que su presencia ha sido todavía demasiado breve para ello. Pero tampoco acepto con benevolencia la trayectoria seguida por usted luego de su regreso a esta su tierra natal, Guatemala, dada la complejidad de los hilos legales que han tejido tanto su presencia en la vida pública como la mía privada. Lo mismo pienso desde el país que lo vio nacer como desde el de su adopción en cuanto adulto.
Las razones para mi cautela me las han sugerido sus raras apariciones en la vida diplomática de este país, entre las que sobresale la publicación de ese gesto pueril de una foto suya con un letrerito junto a su pecho que reza “I love CICIG”.
Y esto me anima a llamarle públicamente la atención porque tras casi un año de residencia como Embajador del Presidente Donald Trump en este suelo, ya debería haber caído en la cuenta del peso crítico que en este momento encierran sus tomas de posiciones con respecto al problema de Guatemala más lacerante de todos: el intento por extranjeros inicuos de someter el poder judicial soberano de este país a sus intereses hostiles a ella. Evidentemente enderezados contra la justicia en todo Estado de Derecho y de la decencia de toda vida civilizada, enderezados en contra del buen nombre de este país.
En teoría, usted es el representante legal de su país adoptivo entre los que aquí legalmente residimos, ciudadanos guatemaltecos o no, en cuanto la cabeza democráticamente electa de los Estados Unidos de América.
En concreto, sin embargo, me lo ha hecho dudar, y muy en especial, esa arista de una posible conducta suya irresponsable: la de la publicación de una foto de usted junto a Iván Velázquez, como una disimulada adhesión de su parte al grupillo de funcionarios del Departamento de Estado que todavía tratan tercamente de frustrar la voluntad del electorado tan plenamente puesta en evidencia en las últimas elecciones de su país adoptivo.
Es decir, que lo entreveo cada vez más como parte rezagada, porque no menos afín a la política exterior periclitada de Barack Obama y de demás detractores de hoy del Presidente en ejercicio, Donald Trump, precisamente quien le ha hecho su embajador aquí. Sin embargo, por eso mismo, no veo claro en absoluto que usted pueda ser la expresión más idónea de su política internacional hacia Guatemala.
Esto cobra más importancia en vista de la inminente visita anunciada del Vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, a quien hipotéticamente usted habría de ayudar a entender este momento crítico que vive Guatemala.
Las relaciones entre nuestros dos países que nos son a ambos tan queridos reclaman de usted y de mí la máxima objetividad que nos sea fácticamente posible. Y en su caso particular, dado el peso jurídico de su persona, también fuera de lo local.
Porque ya un predecesor suyo, Todd Robinson –recién expulsado de Venezuela por su intromisión en los asuntos internos de ese país– se hizo merecedor en su momento de un trato similar en Guatemala, por parte de sus autoridades soberanas, cuyo Presidente lo podría haber declarado también “Non grato”, pero que no lo hizo, dado que en su caso particular, al igual que los sucedido con ese otro más reciente del embajador de Suecia, Anders Kompass, el Presidente de Guatemala se tropezó con una mina terrestre, en ambos casos plantadas por su misma máxima saboteadora, la Magistrada Gloria Porras, nada menos que integrante de la Corte de Constitucionalidad.
Y todo, en un torcido apoyo a su turno en favor de otro aprendiz de dictador, el colombiano Iván Velázquez, ex-miembro del movimiento guerrillero M-19 en su país y ahora el árbitro supremo en Guatemala por un absurda y muy autoritaria institución de las Naciones Unidas llamada “CICIG”. Herramienta lógicamente auspiciada por ese ex Secretario General de la Internacional Socialista, el portugués Antonio Guterres, promovido ahora por sus congéneres al cargo de Secretario General de las Naciones Unidas.
De resultas de todo ello, hoy en Guatemala todos nos hallamos sometidos como ningún otro pueblo en el entero orbe a los dictados de lejanos extranjeros que ni han puesto el pie nunca antes en este país ni por supuesto, pagado un centavo de impuestos a nuestro gobierno.
Y así, ahora resulta que nos hemos adelantado a todos los demás países del planeta en estar subyugados, y en contra de nuestra voluntad, a un gobierno mundial totalitario, como lo vaticinara hacia 1948 el perspicaz George Orwell en su obra pretendidamente profética titulada “1984”.
Y todo, sea dicho de paso, enderezado a frustrar en este año en particular la estrategia legislativa de este mismo Jefe de Estado guatemalteco que tal gobierno mundial ya por demás adversara desde el primer momento de su elección en cuanto evangélico y pro israelí, el de Jimmy Morales.
Y usted, don Luis Arreaga ¿se dejó retratar públicamente con ese letrerito en el pecho que rezaba “I love CICIG”, o sea, I want such a Big Brother para Guatemala?
¿Acaso es ésta una declaración “diplomática” como la de ese mismo predecesor suyo, Robinson, cuando ordenó que ondeara a la entrada de la Embajada de los EE.UU. en Guatemala la bandera del movimiento gay internacional?
¿Y para colmo en esta noble tierra de los antepasados de usted?...
Cuidado, don Luis, porque de tales fibras pequeñas se han tejido todos los murales de las traiciones a lo largo de la historia.
Y porque en el entretanto podría caer en otra omisión culposa sobre la verdadera situación en Guatemala a este momento de la visita de Mr. Mike Pence, a quien usted está obligado a informar con la máxima exactitud posible. Por ejemplo, el darle a conocer el hecho de que ese súbito flujo de emigrantes ilegales desde Guatemala, vía México, que tanto nos preocupa, es solo atribuible a la todavía menos conocida verdad en el extranjero de los atropellos violentos y empobrecedores en las áreas rurales de este país, dígase en San Marcos o en el Polochic, por manos de los violentos grupillos desprendidos hace una veintena de años del terrorista bloque de la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG).
Por lo tanto, señor embajador, ¿a quién cree usted haber apoyado al final en su corta función de diplomático?
Defínase, por favor, de una vez por todas: ¿es usted en los hechos un servidor fiel del orden político y social constitucionalmente instituido aquí y allá, o por negligencia culpable un sordomudo que nada dice de las crueles maquinaciones tanto contra el país que lo vio nacer como contra ese otro que lo ha sabido acoger?
(Continuará)